La disfagia pediátrica, definida como la dificultad para tragar, es una condición que afecta significativamente el crecimiento, el desarrollo y la calidad de vida de los niños. Sus causas son diversas: desde alteraciones neurológicas como la parálisis cerebral, hasta anomalías anatómicas, prematuridad o enfermedades crónicas complejas. Para los profesionales en nutrición pediátrica, comprender las implicaciones de esta condición es crucial, ya que la disfagia no solo limita la ingesta oral, sino que incrementa el riesgo de malnutrición y complicaciones asociadas.
Aunque la prevalencia reportada en población pediátrica es cercana al 0.9%, en niños con enfermedades neurológicas puede ser mucho mayor. Estos pacientes suelen presentar ingestas reducidas, necesidades energéticas aumentadas y, con frecuencia, síntomas digestivos como reflujo gastroesofágico o estreñimiento. Todo ello impacta negativamente en su estado nutricional y aumenta la morbilidad.
El estudio analizado, realizado en 117 pacientes menores de 14 años con diagnóstico de disfagia, mostró que casi el 40% no alcanzaba a cubrir su gasto energético total. Además, más de la mitad necesitaba modificaciones significativas en la textura de los alimentos, y un tercio requería apoyo con dispositivos de alimentación como sondas nasogástricas o gastrostomías.
El abordaje nutricional en niños con disfagia requiere estrategias individualizadas, considerando tanto la seguridad en la deglución como la adecuada cobertura de macro y micronutrientes:
Modificación de texturas: La adaptación de los alimentos siguiendo el marco del International Dysphagia Diet Standardisation Initiative (IDDSI) es fundamental para garantizar una ingesta segura. Desde líquidos espesados hasta purés o dietas picadas, el nivel debe ajustarse según la tolerancia del niño.
Soporte enteral: Cuando la ingesta oral no es suficiente o segura, la nutrición enteral, ya sea mediante sonda o gastrostomía, se convierte en un recurso clave. El estudio evidenció que los pacientes con apoyo enteral lograron una mejor cobertura de energía y micronutrientes esenciales como hierro, zinc y vitamina D.
Suplementación específica: Dado que la densidad nutricional de los alimentos modificados puede ser insuficiente, la suplementación con fórmulas enriquecidas, vitaminas y minerales resulta esencial para prevenir deficiencias.
Rehabilitación interdisciplinaria: La combinación de terapia del lenguaje (para mejorar la mecánica de la deglución) con intervenciones nutricionales mostró beneficios notables en el estudio. Los niños mejoraron su ingesta calórica, el equilibrio de macronutrientes y su tolerancia a texturas más variadas tras un año de seguimiento.
El hallazgo más relevante es que la malnutrición en niños con disfagia no solo se asocia a la severidad del trastorno motor o neurológico, sino también a la ausencia de un manejo nutricional temprano y especializado. Para el nutricionista pediátrico, esto implica la necesidad de:
Implementar protocolos de evaluación periódica del crecimiento y del estado nutricional.
Colaborar estrechamente con equipos de fonoaudiología, gastroenterología y cuidados paliativos.
Diseñar planes de alimentación flexibles que evolucionen junto con el desarrollo del niño y su capacidad deglutoria.
La disfagia pediátrica representa un desafío complejo que va más allá de la alimentación. Su manejo requiere una mirada integral, centrada en la nutrición segura y suficiente. El trabajo multidisciplinario y las intervenciones individualizadas son esenciales para garantizar un desarrollo adecuado y mejorar la calidad de vida tanto de los niños como de sus familias.
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